sábado, 28 de diciembre de 2013

Transcurridos los años

Niña reservada,
niña alegre,
me abriste las puertas de poniente
de tu corazón al llegar la noche,
cierto día me esfumé como hace el rumor
al abrazo del silencio sin poder
verme reflejado en el iris de tus ojos.

Hoy, transcurridos seis años
desde que nos vimos por última vez,
no hemos tenido el valor
para encontrarnos,
para mirarnos,
para contarnos,

tal vez por miedo a importunarnos,
tal vez porque el tiempo no proporciona aliento,
tal vez por no alterar nuestro equilibrio,
tal vez por miedo al olvido
o tal vez por respeto mutuo.

Hoy las vidas corren ajenas,
se entrelazan, se separan
y se vuelven a encontrar.



Daniel, 2013

martes, 6 de agosto de 2013

La maldición del tiempo

Tiempo errante que acudes a la incesante
llamada del viento, en un grito sin retorno
ni final que escapa de las fauces
de un presente anclado de silencio.

Tiempo fugaz que arremetes con la furia
desatada de un huracán,
a cada sentir indiferente
te huyes como la luna al abrazo del alba.

Tiempo maldito que todo pereces,
escapas de la mano tenaz
de quien intenta retenerte,
invitas a florecer las arrugas latentes,
cubres con tu manto oscuro
cualquier esperanza existente
tras la duda, marchitas encuentros,
desvaneces emociones que como humo
ascendente desaparecen en la noche.

Tiempo cómplice, a veces aliado,
compañero de innumerables andaduras,
sólo tú posees la magia
de atraer el momento adecuado
para que suceda aquello que se desee.

Tiempo pretérito que acudes a visitar
los corazones ebrios de nostalgia,
que haces llorar a los ojos
que no encuentran donde clavar sus miradas,
que haces enmudecer a los labios
que no encuentran lugar donde pronunciarse.

Sólo tú eres espejismo de que antaño
fuiste primavera y ahora te viniste
en crudo invierno.


                                                                      Daniel, 2013





lunes, 29 de abril de 2013

Equivoqué con luces de puerto


Aquel día tan solo quise irme bien lejos,
lejos donde el prejuicio no vistiera
con elegante traje y corbatín,
donde las dudas no sembraran la semilla
del miedo maquillado de rencor.

Equivoqué con luces de puerto
los destellos de la Torre Eiffel.

Encaminé mi paso ligero hacia el último vagón,
la maleta, repleta de retales cosidos de nostalgia,
atrás dejaba recuerdos que tal vez ya no quisieron
ser recordados, ocupando el lugar que otro
equipaje abandonó, quizás tras escuchar
un adiós vacío y atemporal,
resonando el eco de su voz
en cada una de las grietas
de su alma desvalida.

Equivoqué con luces de puerto
las estrellas de Bagdad.
                       
Busqué nuevos amaneceres,
creyendo que aquellos que me deleitaban día tras día
se habían evaporado con la llegada del calor.
Busqué nuevos anocheceres,
creyendo que aquellos que me regalaban su dulzura
en una caricia envuelta con polvo de luna,
se habían convertido en las sombras que mostraban
la silueta de la cara B del tiempo.

Equivoqué con luces de puerto
la cara norte del Big Ben.

Todo diferente y a la vez tan igual encontré,
toda una sucesión de vidas, de anocheceres,
de ilusiones que bailan al son de una melodía
con un mismo compás, de lágrimas que ríen
y lloran sin saber donde se oculta su sal.

Equivoqué con luces de puerto
la plata sumergida en la Fontana de Trevi.

Encontré al niño que un día fui,
aunque no pude retenerlo en mi viaje.
Encontré la ciudad prohibida y la falda
que la franqueaba, el beso que me invitó a soñar
y la bofetada que me arrodilló sin más.

Equivoqué con luces de puerto
las luces que aureaban el corazón de Manhattan.

Cierta noche sobre el rumor del mar de Estambul,
comprendí el mensaje codificado
por el que me hablaron las estrellas.
Entendí que la piedra filosofal,
no se haya en los desiertos que se extienden
como páramos hacia el exterior.


Daniel, 2013

sábado, 12 de enero de 2013

Estamento verdugo de un tiempo sediento


Me sumerjo en el tiempo y su océano,
su fugacidad derriba y acomete
catedrales donde el amor promete
enlaces con flores de almendro cano.

Solemne levanta el clero su mano,
la soga se enlaza en su brazalete
de espinas que entrega por ramillete,
cae la fruta podrida del manzano,

flor que aletarga viejos amores,
cementerio de aquellas ilusiones
que cierto día alentaron los vientos

de levante que con silbos cantores
disiparon las confabulaciones
de un tiempo de océanos cenicientos.


Daniel, 2013