lunes, 29 de abril de 2013

Equivoqué con luces de puerto


Aquel día tan solo quise irme bien lejos,
lejos donde el prejuicio no vistiera
con elegante traje y corbatín,
donde las dudas no sembraran la semilla
del miedo maquillado de rencor.

Equivoqué con luces de puerto
los destellos de la Torre Eiffel.

Encaminé mi paso ligero hacia el último vagón,
la maleta, repleta de retales cosidos de nostalgia,
atrás dejaba recuerdos que tal vez ya no quisieron
ser recordados, ocupando el lugar que otro
equipaje abandonó, quizás tras escuchar
un adiós vacío y atemporal,
resonando el eco de su voz
en cada una de las grietas
de su alma desvalida.

Equivoqué con luces de puerto
las estrellas de Bagdad.
                       
Busqué nuevos amaneceres,
creyendo que aquellos que me deleitaban día tras día
se habían evaporado con la llegada del calor.
Busqué nuevos anocheceres,
creyendo que aquellos que me regalaban su dulzura
en una caricia envuelta con polvo de luna,
se habían convertido en las sombras que mostraban
la silueta de la cara B del tiempo.

Equivoqué con luces de puerto
la cara norte del Big Ben.

Todo diferente y a la vez tan igual encontré,
toda una sucesión de vidas, de anocheceres,
de ilusiones que bailan al son de una melodía
con un mismo compás, de lágrimas que ríen
y lloran sin saber donde se oculta su sal.

Equivoqué con luces de puerto
la plata sumergida en la Fontana de Trevi.

Encontré al niño que un día fui,
aunque no pude retenerlo en mi viaje.
Encontré la ciudad prohibida y la falda
que la franqueaba, el beso que me invitó a soñar
y la bofetada que me arrodilló sin más.

Equivoqué con luces de puerto
las luces que aureaban el corazón de Manhattan.

Cierta noche sobre el rumor del mar de Estambul,
comprendí el mensaje codificado
por el que me hablaron las estrellas.
Entendí que la piedra filosofal,
no se haya en los desiertos que se extienden
como páramos hacia el exterior.


Daniel, 2013