Su vida transcurrirá ajena a la
mía,
ella vuelve a sus números y
letras,
yo vuelvo a mis libros y
canciones,
tal vez en el atardecer de otro
tiempo
hubiéramos podido entregarnos sin
miedo.
Se acallará la mirada que tanto
me decía sin decir nada, aquella
que insinuante, burlaba a la
voluntad
que le aconsejaba varar en mar
estanco.
Aquella que se medía con las
estrellas
que el sol dejaba ver reflejadas
sobre el canal durante la tibia
mañana de marzo.
Hoy el eco de sus palabras
acaricia mis sentidos y me
alienta
a buscar el verso como un niño
corre descalzo sobre la hierba
dándole sentido a su existencia.
Hoy habría deseado que el tiempo
se congelara en aquel beso que
ambos
hubiéramos esperado eterno.