miércoles, 1 de octubre de 2014

Pueblo eterno

Con el despuntar del alba
el canto del gallo no proporciona
aliento, apremiando el ocaso
del rocío fundido en un eterno beso
junto a las hojas del trigo invernal.

Humo en espirales ascendentes
escapa de las viejas chimeneas,
aroma de pan recién horneado
se entrelaza con el frío cortejo de la mañana.

Rudos hombres de pesadas manos
poseen la grieta del tiempo anudada
en sus rostros, sus hombros petrificados
ante el inclemente sol del horizonte
se rinden a la eterna sucesión
de los días de estío.

El tiempo marca su impasible letargo.

Sus sufridas mujeres alientan y dan
calor al hogar, en las tardes,
al compás de la danza del arroyo,
frotan sus ropas con el agua que se
precipita y precede a su fin.

Sus hijos parten en busca
de nuevas primaveras donde encontrar
la prosperidad anhelada,
atrás dejan tradiciones familiares
que lastran sus alas,
atrás dejan los días sucediéndose
una y otra vez,
atrás la madre llora
por el hijo que no está.

Soga en mano, el macho cruzando
un camino amarillo y polvoriento
tira del carro con esmero, deseada
y bendecida cosecha ya es tiempo
de recogida entre cánticos y romerías.

En la plaza, junto a la iglesia,
lluvia de intercambio de alimentos
obtenidos con el sudor de sus frentes,
artesanos elaboran collares
al alcance de unos pocos,

con su traje remendado de Domingo,
las almas acuden a misa de doce
con su adormecida letanía, pipa
en mano el anciano sigue contando
las leyendas del lugar.

Pueblo eterno que al llegar la noche,
te vas a la cama sobreviviendo
a otro mismo atardecer.
                                                                 
                                                                    Daniel, 2014